sábado, 5 de julio de 2014

De barberías y peluqueras...

Para los hombres, el tema de cortarse el cabello resulta bastante simple, sin considerar que cuando se te ha caído una parte del cabello, la cosa se simplifica aún más.

Cuando era niño, me cortaba el cabello en la barbería Brasil 50, dónde hoy queda Domino's pizza frente al flamante paso a desnivel de calle 50.  Eran tiempos sencillos en los que uno se sentaba en una tablita que ponían sobre los brazos de la silla, mamá decía cómo te cortaban el cabello, y al final, con suerte te daban un caramelo.  En la medida que fui creciendo, me quitaron la tablita, y en vez de caramelos, me dejaban ojear una revista Playboy, obviamente mamá no iba en esas ocasiones.

Lamentablemente esa barbería cerró y tuve que buscar un nuevo lugar donde cortarme el cabello.  Pasé por varias barberías y hasta por un salón de belleza donde mi mamá me recomendó ir, pero no me parecía lógico pagar 10 dólares por cortarme el cabello (vamos por favor! estoy hablando de los ochentas!).  En otro lugar me cortaron el cabello y me trataron de vender unos productos maravillosos para el cabello, la chica muy convencida lanzó su argumento definitivo, que según ella debía convencerme: "Señor, es que estos productos contienen pH!!!".  Me tuve que contener para no darle un sermón sobre química, y explicarle que el pH es un indicador que mide la acidez o alcalinidad de una sustancia, y que todo tiene pH.  Seguramente me habría respondido: "Exacto, el producto tiene pH y eso es bueno para su cabello!!!"

Finalmente después de una meticulosa búsqueda, llegué a la barbería Vernaza, que estaba en el mismo edificio donde estaba la estafeta de correos de Avenida Balboa.   Era una de esas barberías que olía a barbería; una mezcla de olor a mentol, bay rum y desinfectante de pisos.  Con tres sillas de barbero de esas pesadas y poco aerodinámicas que resultan muy cómodas para el menester en cuestión.  No tenía el poste azul con rojo, pero tenía un letrero pintado con pincel en el vidrio.  En las paredes, además de la foto donde el Sr. Vernaza (ya fallecido en ese entonces) mostraba una frondosa cabellera negra y un muy voluminoso bigote, se apreciaban varias fotos de glorias deportivas del pasado, algunos políticos y un par de recortes de revistas.  Todas las fotos eran probablemente de antes de 1960.  Era un lugar donde los señores mayores se sentaban a quejarse todo el día y hablar de política: que si en los tiempos de Remón tal cosa, que Nino Chiari tal otra.  También hablaban de boxeo, hípica y de béisbol.  Yo dividía mi atención entre escuchar sus nostalgias, y leer Condorito o Playboy (por los artículos, claro está...).  El señor que me cortaba el cabello era un viejito, medio ciego y con algo de Parkinson, lo cual siempre era un poco preocupante cuando tenía una tijera puntiaguda a cinco milímetros de tu cabeza, o una cuchilla sumamente afilada pasando por encima de tu oreja.  Con todo y todo creo que nunca tuve una cortadura, ni un raspón.   Cabe destacar que ahí todavía cobraban cinco dólares por el corte, incluyendo poner loción aftershave en la cara, aunque uno no se afeitara.

Años después cuando cerraron la barbería Vernaza, tuve que volver a mi búsqueda, aunque ya con mucho menos cabello, así que me parecía un abuso que me quisieran cobrar más de cinco dólares.  En eso me fui a estudiar mi maestría y ahí, por supervivencia me tocó aprender a cortarme el cabello con máquina.  desde entonces nunca más me corté el cabello en una barbería o salón de belleza.  Claro que cortarse el cabello uno mismo tiene la desventaja de que siempre te quedan algunos pelitos sobre las orejas o en la nunca, pero es rápido (sobre todo cuando no tienes mucho cabello, como yo), es cómodo por que lo haces en la comodidad de tu casa, y te puedes dar un duchazo justo cuando terminas (odio la picazón que me causan los pelitos cortados que se me pegan en el cuello).

En estos días, decidí que para efectos de quedar con el cuello limpio, y sin cabellos sobresaliendo arriba de las orejas, me iba a cortar el cabello en una barbería / peluquería.  Mi esposa me recomendó un lugar "for men" y acepté ir.  Cuando llegué, me encontré con una gran colección de productos de belleza para hombres, en botellas negras muy sofisticadas.  Pregunté por un champú y la señora me dio una cifra que arruinaría el efecto del ahorro que voy a tener con el congelamiento de precios de la canasta básica.  Esto me escandalizó, ya que por años he aplicado la misma estrategia que Sam Walton utilizaba para comprar carros:  la botella más grande, que oliera rico y que tuviera el menor precio.

La decoración del lugar era sobria y moderna, y en las paredes había modelos masculinos con frondosas y brillantes cabelleras (malditos sean!!!), todos con musculaturas impresionantes y camisas que parecen diseñadas por el mismo sastre que diseñó los sweaters del equipo de fútbol de Uruguay.  Una señora muy amable me hizo pasar a un sillón de barbero ultramoderno, de cuero negro y estructura cromada.  Nada parecido a los sillones pintados de verde hospital y tapizados en vinilo color vino que recordaba.  Por ningún lado veía la tira de cuero para afilar navajas colgando a un lado de la silla.

La joven que me atendió era una muchacha muy amable, con atributos físicos bastante prominentes, los cuales por la naturaleza de su oficio, quedaban generalmente bastante cerca de mi cara.  La muchacha era muy conversadora, y me contó que se quería traer a su hermana desde su país, que había vivido en otros sitios, pero que le encantaba Panamá, por que los hombres somos muy atentos aquí.  Me contó también que había tenido su propia peluquería, pero que se peleó con el socio y que este la dejó en la calle.  Me contó otro montón de cosas, pero para ese momento yo estaba más ocupado, añorando las conversaciones de los jubilados disgustados en la barbería Vernaza.  Al final, me dijo que estaba listo y me dio su tarjeta por si quería cortarme el cabello por fuera.  Le agradecí y me dirigí a la caja.  Me dijeron cuánto debía, y le expliqué a la cajera que sólo me había cortado el cabello y que no quería llevarme la silla ultramoderna.  Me dijo que eso era sólo por el corte de cabello.  Mi cara de asombro debió ser tal que la joven sacó una tablita y me mostró donde decía que el corte de cabello de caballeros costaba lo que me estaban cobrando.

Por lo pronto, he decidido no volver a pisar ningún lugar de estos y seguir cortándome el cabello yo mismo en mi casa.  Con lo que me ahorro, puedo tolerar los cabellos que quedan sobre mis orejas, y los pelos que quedan a medio cortarse en la nuca, y tal vez, algún día pueda comprarme una de esas sillas de barbero que tanto añoro de mi infancia...