jueves, 4 de mayo de 2017

Ir al mall con los chiquillos...

El sueño de la gran mayoría de los que trabajan es que llegue el viernes, y junto al viernes, el glorioso, famoso y siempre bien ponderado fin de semana, que desde el escritorio en la oficina, se visualiza como los videos que anuncian destinos turísticos: playas blancas con aguas cristalinas, hamacas a la sombra de las palmeras, bebidas exóticas con pequeños paraguas de colores, noches idílicas con cenas a la luz de las velas, etc. etc. etc.  Pero la realidad, es que cuando uno es padre, los fines de semana distan mucho de ser de descanso, mucho de ser idílicos, y mucho de paradisíacos.

Los niños tienen un dispositivo que automáticamente los despierta a las 5:38 am los sábados y domingos, y que genera una irrefrenable necesidad de conversar con los papás inmediatamente.  Esta necesidad es directamente proporcional a lo tarde que los padres de la criatura se hayan acostado, y directamente proporcional también a lo rico que uno esté durmiendo.

A veces uno logra hacerse el dormido y resistir los ciento catorce "papaaaaaaaaaaaaa" y "mamaaaaaaaaaa" que emite el pequeño, y este se retira derrotado, aunque siempre alcanzas a escuchar cuando justo antes de que se cierre la puerta del cuarto, tu hijo de 6 años dice: "no debe ser tan difícil freír un par de huevos..."  Esa frase, dicha con toda la inocencia del mundo, es capaz de espantarle el sueño a la princesa Aurora, aún sin príncipe, así que de un brinco quedas con taquicardia en la cocina evitando una tragedia...

Ya una vez que estás despierto, tienes que comenzar a inventar un plan para entretener a los niños.  Una de las cosas que no te dicen cuando piensas tener hijos, es que te conviertes en un "activity planner" y que los niños de hoy requieren estimulación constante y que no es socialmente aceptable que se queden aburridos en la casa.  En mis tiempos, si le decía a mis padres que estaba aburrido, me miraban feo y me decían con la mirada: "eso es problema tuyo, inventa qué hacer y no me jodas!!!".

En busca de la estimulación sicomotriz, sicopedagógica, sicosomática y sicótica de los herederos de nuestras deudas, una de las principales actividades familiares que realizamos hoy en día es llevarlos al mall.  Es una actividad de alto valor educativo, para que desarrollen sus habilidades de pedir y pedir y pedir todo lo que ven, por que los señores de las tiendas en el mall, son muy hábiles, y diseñan las vitrinas para que toda la familia salive viendo las mercancías nuevas de vistosos colores y disimuladas etiquetas de precios.  No hay niño que se respete, que no haya pedido al menos una vez TODO lo que hay en el Mall, no exagero, quieren TODO!!!  Aunque no se para que un niño necesita una refrigeradora, y unas botas de motociclista...

El paseo inicia con el estacionamiento, siempre los más cercanos a la entrada están ocupados, aunque se liberan mágicamente en el instante en que ya te los has pasado y le queda disponible al tipo que viene detrás tuyo.  Así que si escuchas atentamente, puedes alcanzar a oír la carcajada del infeliz...  Pero no te preocupes, siempre va a haber uno disponible para ti, en el extremo opuesto del centro comercial a donde está la tienda a la que te interesa ir.  La regla dice que mientras más paquetes vayas a regresar cargando, más lejos va a estar el estacionamiento que encuentres.  A esta regla se le agrega el corolario que dice: "En caso de que vaya a llover, la distancia se multiplica por Pi a la 5ta potencia..."

Los niños entran al mall con la mirada angelical de un rottweiller al que no le han dado nada de comer en una semana, y enseguida comienza la frenética búsqueda de lo que van a pedir.  Comenzando por el helado, raspado, frosty, galleta, o juguete de control remoto que estén exhibiendo cerca de la entrada.  Si por casualidades de la vida los papás, logran entrar a una tienda donde necesitan buscar algo, los niños se las ingeniarán para salir corriendo, esconderse, dar volteretas, gritar o llorar hasta que el padre o madre desista de buscar lo que necesita y decida llevarlos al cine o al carrusel (dependiendo del mall).  Luego viene el food court, al haber alrededor de 20 alternativas para comer, los niños harán un estudio exhaustivo sobre todas las distintas comidas disponibles, y generalmente terminarán comiendo la primera opción que les planteamos, pero que rechazaron con cara de disgusto: "Mi amor, quieres Pizza? Pollo? Tacos? Sandwich? Hamburguesa? Sushi? Pinchos? Chop Suey? Gyros? Crepes? Hojaldre? Carne? Arepa? Papas?", a lo que el niño contestará invariablemente "NO!!!" y al final, después de otras quince o veinte preguntas más responderá: "Mami, quiero Pizza!" y uno con cara de alegría fingida, que mas se parece a una mueca causada por un derrame, les compra la bendita pizza.  Luego de ordenar la infame pizza, toca esperar de ocho a catorce minutos para que esté lista, tiempo casi suficiente para encontrar una mesa en el food court.  Vas dando vueltas como virgen en burdel, buscando la mejor mesa disponible para poder sentar a toda la familia.  Te encuentras una excelente mesa de ocho puestos, ocupada por un empleado del mall que está chateando, pero que no se mueve de la mesa, luego encuentras que la única otra mesa libre es una de cuatro puestos, pero que está llena de comida encima y nadie se va a inmutar en limpiarla, así que te sientas ahí y vas empujando hacia un ladito los restos de lo que parece haber sido una guerra entre el ejército de las hamburguesas y el ejército de las lasañas.  Finalmente llega la pizza y tu hijo se come la mitad de un slice y decide que ya no tiene más hambre, y no hay fuerza humana que lo haga comerse el resto.  Eso si, para el helado siempre hay espacio!!!

Llegas al carro agotado, cargando cartuchos, y cajas de pizza a medio comer, y tratas de salir, sólo para darte cuenta de que te olvidaste pagar el estacionamiento, así que te toca caminar hasta la caseta de pago, ante la mirada de odio de todos los automovilistas que tienes trancados en la fila.

Al final, te retiras del mall, agotado, con la esperanza de que tus hijos estén cansados y que se duerman en cuanto lleguen a la casa, para tener un rato tranquilo antes de dormir.  Pero justo cuando llegas a casa te dicen: "Necesito una cartulina, dos figuritas de animales de la selva, un frasco de clorhidrato de carbono y una bata de laboratorio para mañana..."

Y en ese momento puedes escuchar cómo algo dentro de tu cerebro hace "snap".

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